Publicado
en La Provincia (Las Palmas de Gran Canaria), 17 de enero de 1997.
MURIÓ ELOY QUINTERO, EL HOMBRE MÁS POPULAR DE EL HIERRO
Maximiano Trapero
Universidad
de Las Palmas de Gran Canaria
Antesdeayer,
día 15 de enero, víctima de una larga y terrible enfermedad, murió en su pueblo
de El Pinar, Eloy Quintero Morales, uno de los hombres más populares y queridos
de El Hierro.
Quisiera
decir que Eloy Quintero era mi amigo, que fue mi informante en muchos de los
temas que de El
Hierro he tomado como objeto de investigación, que con él recorrí aquella isla
paso a paso, que él me enseñó a verla con unos ojos que yo no tenía hasta
entonces, que incluso era mi pariente.
Quisiera
empezar diciendo esto, si con estas expresiones de pertenencia pudiera explicar
la honda pena que me ha causado su muerte. Pero sé que otros muchísimos
canarios de todas las islas, no sólo de El Hierro, podrían decir lo mismo de
Eloy: yo también lo
conocía, él fue mi amigo, me duele su muerte, lo siento de verdad. Por eso la
ausencia de Eloy la vamos a sentir tantos y tantos como algo que nos toca de
cerca, como si de un familiar se tratara, de un amigo muy querido.
Eloy era
chiquito, ¡pero qué gran corazón tenía! ¡Cómo en cuerpo tan pequeño cabía tanta fuerza,
tanta voluntad, tanto entusiasmo, tanto saber, tanto amor a la vida! En muchas
ocasiones comparé yo a Eloy con su propia isla de El Hierro, la más pequeña de
todas, ¡pero con tanto misterio y lección dentro! Pocos como él la
representaban mejor. Fuera de ella, decir Eloy era decir El Hierro. En una
Feria de Artesanía, la caseta de El Hierro ─que me perdonen
los demás artesanos─
estaba incompleta si faltaba Eloy; cuando se entraba en el recinto
ferial y desde el fondo se oían unas chácaras y un pito, se sabía de fijo que
era Eloy quien los tocaba; si de una manifestación folklórica se trataba, allí estaba
Eloy, bailando con más estilo que nadie; si de una representación cultural,
nadie había que pudiera explicar mejor que Eloy los usos y costumbres de su
isla; él, que sin estudios, hablaba como un catedrático. ¿Quién no ha visto a
Eloy en televisión, en cualquier programa que trate sobre la isla de El Hierro,
con su bisera canela bien calada, hablar de cualquier cosa, de la artesanía de
la madera, de la pesca o de la
agricultura, de la manera de hablar de los herreños, de lo que fuera, que no se
hubiera dicho a sí mismo «qué bien habla este hombre»?
Cuando
muchos llegaban a El Hierro de visita, canarios y extranjeros ─de ello
fui yo testigo muchas
veces─, preguntaban en la Oficina de Turismo por cosas varias: dónde estaba
El Golfo, por dónde ir a la Ermita de los Reyes, por dónde al Sabinal, etc.,
pero casi invariablemente cómo llegar a la casa de Eloy. Muchos de ellos no
sabían que Eloy era de El Pinar, ¡pero qué necesario era! ¿Quién de El Hierro
no conocía a Eloy? Ni apellidos se requerían. Eloy se había convertido ya en
una institución más de la isla de El Hierro, que había que visitar. Y al Pinar
llegaban gentes y gentes anónimas, preguntando por la casa de Eloy, hasta tocar
en su casa. Un pequeño letrero escrito en una tabla lo anunciaba: «Eloy y Alcira,
artesanos». Taller y casa, todo junto, pequeño y humilde, casi siempre
abiertos, mirando a la calle. Eloy estaba con sus cosas de madera, su mujer
Cira, con el telar. Unos compraban un par de chácaras, otros una escudilla,
quien prefería una pieza del telar, quien se iba sin nada. Pero nadie se
marchaba sin la palabra entusiasta y amiga de Eloy, sin su conversación. A
nadie preguntaba él quién era, ni hacía distingos con nadie: todos iguales en
su dignidad de personas. Quienes, además, le preguntaban por algún tipo de
información sobre El Hierro, encontraban siempre en Eloy la voz que sabía de
esto y de lo otro, el amor por encima de todo a su isla, y la defensa
apasionada que hacía de todo lo que a ella afectara. No importaba el tiempo,
siempre estaba dispuesto a comunicar a los demás lo que él sabía.
Disfrutaba
con ello, él lo decía, y era consciente de que sus palabras eran una fuente de
información primaria.
No era
nadie extraordinario Eloy, si por sus obras famosas hubiera que juzgarlo. ¿Qué
de extraordinario
puede hacer un hombre de pueblo, de una isla menuda, que no tiene más oficio y ocupación
que la de trabajar la tierra cada día, cuidar unos animales o hacer objetos
artesanales de madera? Pero Eloy tuvo que hacer de todo para sobrevivir, ante
las carencias familiares e insulares. En ninguno de los oficios a los que se
dedicó agachó la cabeza ni bajó los brazos; al contrario, a todos se enfrentó
con entereza y provecho. ¡Qué manera tan digna de pasar por la vida!
Fuiste una
persona muy importante para mí, Eloy. Lo sabías. Y lo sabe también tu mujer.
Hay un grupo
de profesores universitarios que te estamos muy agradecidos, Eloy. Manolo,
Eladio, Carmen y yo mismo te recordaremos siempre como uno de los mejores informantes
que tuvimos para la recuperación de la toponimia de tu querida isla de El Hierro.
¡Qué casualidad, te fuiste a los pocos días de Fernando, con quien compartiste
y compartimos encuestas y saber! ¡Fernando y Eloy, qué pareja admirable en la
que aprender los asuntos de la dignidad humana! Os fuisteis juntos, pero nos
dejasteis las palabras, los nombres exactos de las cosas, los nombres de las
tierras que fueron cuna y son ahora sepultura de vuestro existir. Por las
palabras y por vuestras obras os recordaremos.
Descansa
en paz, mi querido Eloy, que ya los trabajos de esta vida los pasaste todos.
Que bien has
merecido la calma después de tanta batalla. Hiciste tantas cosas, te ocuparon
tantos oficios, que llenaste de contenido la palabra hombre.
Estáte
conforme, Eloy, que mucha vida nos dejaste. Tu espíritu será memoria viva en
nosotros. Te lo prometo, Eloy.
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada
por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2008
Recuerdo cuando me ponía goma debajo de los zuecos de madera para que o me resbalara pro las piedras...esu esu esuuu
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